martes, 15 de junio de 2010

La Naturaleza del Hombre y la Mujer según Daniel Reid.

Desde el plano mental y espiritual, la sexualidad del hombre es bien distinta a la de la mujer, según cita un pasaje del libro de Daniel Reid "El Tao de la salud el Sexo y la Larga Vida" que a continuación voy a compartir:


La diferencia esencial entre la naturaleza sexual del hombre y de la mujer reside en la distinta naturaleza del orgasmo masculino y el femenino. Cuando el hombre eyacula, expulsa su esencia-semen fuera de su cuerpo; cuando la mujer llega al orgasmo, también ella «eyacula» internamente toda clase de secreciones sexuales, pero éstas permanecen dentro de su cuerpo. La esencia sexual es una importante «batería» acumuladora de energía vital y una poderosa fuente de resistencia e inmunidad, tanto en los hombres como en las mujeres. En las relaciones sexuales convencionales, el hombre eyacula cada vez que realiza el coito, sea cual sea su edad y estado físico, tanto si su pareja ha llegado al orgasmo como si no. Este hábito le va despojando gradualmente de su principal fuente de vitalidad e inmunidad, dejándolo debilitado y vulnerable a la enfermedad y acortando la duración de su vida. La mujer, en cambio, se fortalece cada vez más, gracias a sus propias secreciones orgásmicas y a la asimilación de la potente esencia-semen masculina.

La diferente naturaleza del orgasmo masculino y el femenino se refleja en las diversas expresiones coloquiales con que se describe este momento mágico, tanto en chino como en los idiomas occidentales. El término chino más corriente para referirse al orgasmo femenino es gao chao, «marea alta», una gráfica y poética imagen derivada de la naturaleza. Cuando el hombre eyacula, en cambio, los chinos dicen que ha «perdido su esencia», que la ha «arrojado», que ha sufrido un «escape de semen» o que se ha «rendido». Si el hombre eyacula antes de que su compañera haya alcanzado el orgasmo, los chinos dicen que ella lo ha «matado». Los franceses describen la eyaculación como una petite mort, o «pequeña muerte».

Al configurar las relaciones sexuales según los modelos del Cielo y la Tierra y conformarlas a la naturaleza del Yin y el Yang, los hombres pueden obtener un beneficio revitalizador de los impulsos sexuales, en lugar de hallarse siempre a su merced. En vez de agotar las preciosas reservas de esencia y energía, el sexo puede utilizarse de forma que las incremente.
En la antigüedad clásica se trazaron apropiados paralelismos entre la naturaleza humana y la Madre Naturaleza, paralelismos que ilustraban las cualidades básicas del hombre y de la mujer. De ellos se dedujeron apropiados principios que a continuación se utilizaron para regular las relaciones sexuales humanas. Tal como lo expresó Wu Hsien, un adepto de la dinastía Han:
El macho pertenece al Yang. La naturaleza del Yang es tal que el macho se excita fácilmente pero también es rápido para retirarse. La hembra pertenece al Yin. La naturaleza del Yin es tal que la hembra se excita con lentitud, y también es lenta para saciarse.
En todo el mundo animal, incluso entre los insectos, la naturaleza ha conformado a la hembra como elemento superior, incomparablemente equipado para la supervivencia y la propagación de la especie.
Según la «ley de la selva>,, el macho sólo existe para proporcionar la semilla de las futuras generaciones y proteger el nido mientras la hembra cría a los retoños hasta que alcanzan la madurez. Las relaciones sexuales son estacionales, y, en tanto que todas las hembras en «celo» son fertilizadas, sólo una pequeña proporción de los machos más robustos se encarga de esta tarea. Incluso entre los primates, únicamente los machos más fuertes y dominantes pueden fertilizar a las hembras, mientras que los más débiles son excluidos o mantenidos al margen de la manada. En algunas especies de insectos, como la viuda negra y la mantis religiosa, la naturaleza concede al macho un brillo aún más fugaz: en el instante en que ha depositado su semilla en la hembra, ésta se apresura a matarlo y devorarlo como si de un refrigerio postcoital se tratara.
Solamente los humanos (y algunos de los primates superiores, como el orangután) sostienen relaciones sexuales durante todo el año, de día o de noche, en cualquier estación y bajo cualquier clima, y solamente los humanos lo hacen principalmente por placer antes que por la procreación. Sin embargo, el macho humano, a pesar de su ego sobre inflado, está sometido a las mismas limitaciones inherentes que la naturaleza ha impuesto a su género en todas las especies.

El matriarcado es el reconocimiento social de la superioridad femenina y constituye, por consiguiente, la pauta natural a seguir por la especie humana. El matriarcado prehistórico de la China aún hoy se refleja en el lenguaje y el pensamiento de esta nación. La palabra suelta más frecuente en el idioma chino es hao, que significa «bueno» en sus diversas acepciones. El ideograma para escribir «bueno» se compone del símbolo «mujer» situado junto al de «niño», dando así a entender que el mayor bien es la relación generativa entre la madre (no el padre) y el hijo. El ideograma chino para «apellido» se compone de los símbolos «mujer» y «nacimiento», lo que indica claramente que el linaje familiar en la China prehistórica se seguía por línea materna, al igual que en la antigua tradición hebrea antes del advenimiento del patriarcado. En todos los manuales sexuales de la antigüedad china, 1 mujer se representa siempre como guardián de los arcanos sexuales y fuente suprema de la esencia y la energía que sostienen la vida. En dichos textos, la mujer desempeña el papel de gran iniciadora y maestra de sexualidad, mientras que el hombre es descrito como un ignorante en materias sexuales.

Debido a su potencia sexual, la mujer estaba considerada corno poseedora de grandes reservas de te (poder). El taoísta contemporáneo Jolan Chang, en su libro El Tao de la pareja amorosa, cita algunas conclusiones de Mary Jane Sherfey con respecto a la potencia de la sexualidad femenina: Todos los datos conocidos sobre el período entre el 12000 y el 8000 a. de C. tienden a indicar que la mujer pre-civilizada disfrutaba de plena libertad sexual y a menudo era totalmente incapaz de controlar sus impulsos sexuales. Por consiguiente, sugiero que una de las razones para el prolongado retraso entre los primeros orígenes de la agricultura (hacia el 12000 a. de C.) y el auge de la vida urbana y el primer registro escrito de los conocimientos (hacia 8000-5000 a. de C.) fue el ingobernable impulso sexual cíclico de las mujeres. Hasta que tales impulsos no fueron gradualmente sometidos a control mediante unos códigos sociales estrictamente aplicados, la vida familiar no pudo convertirse en el crisol creativo y estabilizador del que surgió el moderno hombre civilizado.

Aunque el hombre asumió el control de la familia, la aldea, la economía, la religión y el estado, en la cama siguió encontrándose a merced de la mujer. Ningún artificio humano puede enmascarar o modificar los hechos fundamentales del Tao. De ahí que surgiera una profunda contradicción entre la artificial superioridad social del hombre y su auténtica inferioridad sexual frente a la mujer, contradicción que dio lugar a esa guerra de los sexos que aún hoy sigue librándose en muchas alcobas. Eso también explicaría el profundo miedo y rencor que muchos hombres experimentan ante las mujeres, a pesar de la supuesta «inferioridad» femenina. El típico hombre «macho» es incapaz de afrontar el hecho de que las mujeres son sexualmente superiores, y no se atreve a admitir la realidad de su propia e inherente debilidad sexual. Este lamentable estado de cosas se debe principalmente a la ignorancia sexual. Cualquier hombre lo bastante amplio de miras como para dedicar una mirada seria al Tao del Yin y el Yang -y lo bastante disciplinado como para practicarlo- descubrirá que el Tao elimina completamente la desigualdad fundamental entre la potencia sexual masculina y la femenina. El Tao posibilita que el miembro masculino se convierta en un instrumento para toda ocasión, tan competente como su equivalente femenino, y permite que hombre y mujer «hagan el amor, no la guerra», al tiempo que protege la salud y prolonga la vida de ambos.

En el mundo occidental, los únicos que hasta ahora han percibido plenamente la debilitadora naturaleza de la eyaculación masculina han sido los artistas y los atletas. En su autobiografía, Charlie Chaplin escribió:
“Al igual que Balzac, quien creía que una noche de sexo equivalía a la pérdida de una buena página de su novela, también yo creía que equivalía a la pérdida de un buen día de trabajo en el estudio“
En un plano más contemporáneo, veamos una entrevista con el músico de jazz Miles Davis que fue publicada en la edición de abril de 1975 de la revista Playboy:
Davis: No puede uno correrse y luego pelear o tocar. No se puede. Cuando tengo que correrme, me corro. Lo que no hago es correrme y tocar.
Entrevistador: Explíqueme eso en términos sencillos.
Davis: Pregúnteselo a Muhammad Alí. Si se corre, no aguanta ni dos minutos de pelea. Mierda, ni siquiera podría zurrarme a mí.
Entrevistador. ¿Se enfrentaría usted a Muhammad Alí bajo estas condiciones, para demostrar lo que dice?
Davis: ¡Y tanto que me enfrentaría! Pero él tiene que prometerme que follará antes del combate. Si él no folla, yo no peleo. Cuando te corres, entregas toda tu energía. Lo digo en serio, ¡la entregas toda! Así que, si quieres follar antes de una actuación, ¿cómo vas a poder cumplir cuando sea el momento de dar caña?

Lo que tanto a Davis como a Alí les pasa inadvertido es que las relaciones sexuales sin eyaculación antes de un combate o una actuación musical mejorarían su rendimiento aún más que si se abstuvieran por completo.

Los artistas y los atletas necesitan unos niveles óptimos de vitalidad física y mental para lograr sus objetivos, y por eso son más sensibles que la mayoría de los hombres a la pérdida de semen y energía vital a través de la eyaculación. Sin embargo, muchos otros hombres padecen con igual intensidad las consecuencias de esta pérdida, aunque no lleguen a ser plenamente conscientes de ello. Así, por ejemplo, la tendencia masculina a quedarse dormido como un tronco después de eyacular es un claro síntoma de agotamiento. Si el orgasmo en sí fuese tan agotador, también las mujeres experimentarían el mismo efecto, pero es la pérdida física de semen -no el orgasmo en sí mismo- lo que perjudica al hombre.

El triste fenómeno de la «depresión postcoital» que sigue a las relaciones sexuales convencionales no se presenta en absoluto cuando el hombre retiene su semen. La sexualidad taoísta es como un trueque entre el Yin y el Yang: el hombre sacrifica un mínimo de placer a corto plazo a cambio de los beneficios a largo plazo de la salud y la longevidad, mientras que la mujer disfruta de un completo placer sexual sin restricciones a cambio de cierta cantidad de sus abundantes suministros de esencia y energía.

La dispar naturaleza del orgasmo masculino y el femenino presenta importantes implicaciones respecto a dos tipos de actividad sexual que han sido origen de numerosas polémicas a lo largo del tiempo y que últimamente parecen estar ganando popularidad: la masturbación y la homosexualidad. Desde el punto de vista del Yin y el Yang, las consecuencias de estas actividades son en verdad muy distintas para el hombre y para la mujer. Para los hombres, la masturbación representa una irrecuperable pérdida de la esencia-semen Yang sin compensación alguna. Si bien los varones sanos entre los 16 y los 21 años son verdaderos «manantiales de semen» para quienes la masturbación resulta relativamente inofensiva, cuando llegan a los 25 o así, todas los viejas creencias sobre la masturbación masculina empiezan a hacerse realidad: debilidad en muslos y rodillas, entumecimiento de la región lumbar, pérdida de vitalidad, depresión, etc. A partir de los 30 años, los hombres deberían renunciar por completo a esta perjudicial costumbre y empezar a reservar su semen exclusivamente para las relaciones con mujeres.

Los hombres que siguen masturbándose habitualmente ya entrados en los 30, en los 40 o en los 50 años, se roban a sí mismos la esencia y la energía que alimentan su vida y protegen su salud. La mujer, en cambio, puede masturbarse a plena satisfacción sin perjudicar con ello sus reservas de esencia y energía. En los hogares polígamos de la China antigua, la masturbación femenina y el safismo respondían a importantes funciones sociales y psicológicas en los harenes de los sexualmente acosados caballeros. Y, puesto que las mujeres no alcanzan su potencia sexual máxima hasta pasados los 30 años (a diferencia de los hombres, que comienzan a declinar pasados los 18), es probable que la masturbación se vuelva progresivamente más importante para las mujeres a medida que éstas envejecen, ya que muchos hombres comienzan a perder la potencia justo cuando las mujeres «cogen el ritmo», a partir de los 35 años.

Lo mismo puede decirse de las relaciones homosexuales: son inocuas para la mujer, pero sumamente perjudiciales para el hombre, tanto fisiológica como psicológicamente. El Yin es por naturaleza pasivo y aquiescente, y dos fuerzas pasivas no entran en conflicto. Los chinos describen el amor sáfico con la expresión «pulir espejos», término que refleja el hecho de que las prácticas homosexuales femeninas se limitan en gran medida a la frotación de partes semejantes, más que a la penetración del cuerpo. E incluso cuando hay penetración, por medio de un falo artificial, ésta se produce por el orificio destinado a tal fin. Al igual que la masturbación, el safismo era una práctica habitual en los harenes de las ricas familias chinas, donde hasta una docena de mujeres podían hallarse completamente privadas de compañía masculina durante meses enteros, cuando el hombre de la casa tenía que desplazarse por asuntos oficiales.

Por otra parte, los médicos taoístas consideraban la homosexualidad masculina como una práctica peligrosa, y ello por varias razones. En primer lugar, el Yang es por naturaleza una fuerza activa y agresiva, y, cuando se encuentran dos fuerzas agresivas, resulta siempre un conflicto básico de energías e intenciones. La homosexualidad masculina exige que uno de los miembros de la pareja ceda ante el otro adoptando el papel femenino, tanto física como psicológicamente, y cuando esta práctica llega a convertirse en hábito, mina completamente el papel fundamental del Yang en el orden natural.

Estudiando esta situación de conflicto Yang desde el punto de vista científico y microscópico, cuando se mezclan los espermatozoides de dos hombres distintos y se observan bajo una lente, se ve claramente cómo combaten entre sí en una desesperada lucha por la supremacía.
Dejando a un lado la psicología, la mayor amenaza que para el hombre representan las prácticas homosexuales es de orden fisiológico. La penetración anal, el intercambio mutuo de fluidos sexuales Yang y las eyaculaciones frecuentes e incontroladas tienen la culpa. Los antiguos médicos taoístas observaron un estado patológico al que llamaron «Síndrome del Dragón Yang» y que se daba exclusivamente entre los homosexuales promiscuos de sexo masculino. «Dragón Yang» (lung yang) es un eufemismo de uso corriente en China para designar la homosexualidad masculina, equivalente a la palabra «gay». Entre los síntomas de la citada dolencia figuraban debilidad y fatiga, erupciones y llagas cutáneas, pérdida de inmunidad e impotencia.

Las anteriores observaciones sobre la naturaleza del Yin y el Yang dejan bien claro que el hombre y la mujer no han sido creados iguales. El Yin es abundante y duradero mientras que el Yang es limitado y vulnerable, y esto se refleja en el hecho de que, en todo el mundo, las mujeres suelen vivir entre cinco y diez años más que los hombres. La clave para corregir esta desigualdad se halla en unas relaciones correctamente reguladas entre el «fuego» y el «agua». Tal como escribió en el siglo IV de nuestra era el alquimista taoísta Ko Hung.
Tanto el fuego como el agua pueden matar, y sin embargo también pueden dar la vida. Eso depende exclusivamente de si uno conoce o no el Tao. Si un hombre conoce el Tao, cuanto más haga el amor, más se beneficiará su salud. Si ignora el Tao, basta con una mujer para apresurar su viaje hacia la tumba.
Para evitar que los lectores masculinos apresuren aún más su viaje hacia la tumba por no conocer el Tao, pasemos inmediatamente al meollo de la cuestión: el Camino del Yin y del Yang. Un camino que nos enseña cómo utilizar la sexualidad para llegar a la salud y a la longevidad, antes que a la perdición.

Agradezco infinitamente a Fernando Delgado Vicente por su valiosa aportacion, asi mismo, deseo hacer extensiva la invitacion para quienes deseen participar o enviar algun tema relacionado con la sexualidad femenina y/o masculino.