domingo, 31 de enero de 2010

"La Esencia del Erotismo"

En la década de los cuarentas, Anais Nin y Henry Miller sobrevivieron un tiempo escribiendo cuentos eróticos para un hombre que les pagaba por página. Este cliente, que se hacia llamar el Coleccionista, permaneció siempre anónimo, llenando de indignada curiosidad a los dos grandes autores que prestaron su talento y su pluma para satisfacer sus caprichos. Este coleccionista de pornografías no apreciaba el estilo de la pareja y en repetidas ocasiones les exigió que se “saltaran la poesía” y se concentraran en el sexo, porque lo demás no le interesaba. Anais Nin le escribió una carta en la que define magistralmente la esencia del erotismo.


“Querido coleccionista: Le odiamos.
El sexo pierde todo su poder y su magia cuando es explícito, rutinario, exagerado, cuando es una obsesión mecánica. Se convierte en un fastidio. Usted nos ha enseñado mas que nadie sobre el error de no mezclar el sexo con emociones, apetitos, deseos, lujuria, fantasías, caprichos, vínculos personales, relaciones profundas que cambian su color, sabor, ritmo, intensidad.

No sabe lo que se pierde con su observación microscópica de la actividad sexual, excluyendo los aspectos que son el combustible que la enciende: intelectuales, imaginativos, románticos, emocionales. Esto es lo que le da al sexo su sorprendente textura, sus transformaciones sutiles, sus elementos afrodisiacos. Usted reduce su mundo de sensaciones, lo marchita, lo mata de hambre, lo desangra.
Si nutriera su vida sexual con toda la excitación y aventura que el amor inyecta a la sensualidad, seria el hombre mas potente del mundo. La fuente del poder sexual es la curiosidad, la pasión. Usted esta viendo su llamita extinguirse asfixiada. La monotonía es fatal para el sexo. Sin sentimientos, inventiva, disposición, no hay sorpresas en la cama. El sexo debe mezclase con lagrimas, risa, palabras, promesas, escenas, celos, envidias, todos los componentes del miedo, viajes al extranjero, nuevos rostros, novelas, historias, sueños, fantasías, música, danza, opio, vino.
¿Sabe cuanto pierde por perderse ese periscopio en la punta de su sexo, cuando podía un harem de maravillas distintas y novedosas? No hay dos cabellos iguales, pero usted no nos permite perder palabras en la descripción del cabello; tampoco dos olores, pero si nos expandimos en esto, usted chilla; ¡Sáltense la poesía! No hay dos pieles con la misma textura y jamás la luz, la temperatura o sombras son las mismas, nunca los mismos gestos, pues un amante, cuando esta excitado por el amor verdadero, puede recorrer la gama de siglos de ciencia amorosa. ¡Que variedad, que cambios de edad, que variaciones en la madurez y la inocencia, perversión y arte…!
Nos hemos sentado durante horas preguntándonos como es usted. Si ha negado a sus sentidos seda, luz, color, olor, carácter, temperamentos, debe estar ahora completamente marchito. Hay tantos sentidos menores fluyendo como afluentes al rio del sexo, nutriéndolo. Solo la pulsación unánime del sexo y el corazón juntos puede crear éxtasis.”

Sin duda, una buena reflexión. Mi estimado lector, hay hombres y mujeres en la vida que su obsesión con la variedad tiene mucho que ver con la perdida del talento para saborear una exquisita fresa, con nuestra incapacidad para estar en el mundo, sensualmente. En el afán de compensar esas carencias, hay quienes llegan a extremos de marcar en una libreta, con palitos verticales, una por cada mujer (u hombres) que poseen… ¿y donde están los nombres? Solo en el recuerdo de su agotada carrera como seductores en una noche de pasión. Como aquellos comedor compulsivos que solo tragan sin degustar o que beben en exceso para descubrir el misterio de la uva, la cebada, la caña. Como todos aquellos cuya ambición desmedida solo acumulan con voracidad insaciable sin experimentar jamás la abundancia.

Howard Hugues, magnate norteamericano, famoso playboy y uno de los hombres mas ricos de todos los tiempos quien murió, irónicamente de hambre cuando se le encontró completamente solo en un modesto Hotel de las Vegas, reducido a piel y huesos, como una victima del holocausto, atestado de bichos y bacterias por la falta de higiene, murió de pobreza. Pobreza del alma, de los sentidos y del espíritu. Quizá, el estirón de una mano cálida, un modesto tomate y un pequeño sorbo de agua le hubieran salvado la vida. ¡Tanto acumular y tan poca abundancia!
Vivimos inmersos en una podredumbre de sentimientos, vacios, obsesionados con un insaciable apetito de sensaciones cada vez mas fuertes, porque en la prisa por devorarnos todo, hemos desconectado el cuerpo con el alma.

Ya no basta con una caricia sutil, el placer de la piel contra la piel, saborear un exquisito durazno, el sonido que emite el choque de dos copas, la bebida burbujeante, las palabras amorosas que alimentan el alma, el perfume natural de un cuerpo convertido en santuario, ni la tenuidad de la luz que emite una sencilla vela. Exigimos una exaltación cósmica que nada, ni las drogas, ni el alcohol, ni la violencia, ni la morbosidad, ni las infidelidades, ni la pornografía más brutal pueden darnos. En la búsqueda de alivio para curar el hastío elevamos la insensibilidad y la crueldad, simplemente a categoría de arte, de cursilería, o de chiste.